Quizás lo que lo hizo más famoso, fue que creó un método para reducir la volatilidad de la nitroglicerina, un químico altamente inflamable.
Su solución fue mezclarla con un material poroso absorbente y que como resultado dio un polvo que era totalmente seguro de manejar sin la presencia de un disparador eléctrico o químico.
En su testamento, arrepentido de lo que su invento aportó a las actividades bélicas, determinó que su fortuna fuera destinada para premiar a los mejores exponentes de la literatura, física, química, medicina o la paz.
La anécdota que llevó a la creación de los Premios Nobel es bastante conocida: en 1888 su creador, Alfred Nobel, leyó en el periódico su propio obituario, titulado "El mercader de la muerte ha muerto". La prensa le había confundido con su hermano Ludwig, que efectivamente había muerto, pero este artículo le hizo reflexionar sobre cómo la historia le recordaría: Nobel había sido el creador de la dinamita, un invento que había desarrollado en nombre del progreso pero que finalmente causó un inmenso número de muertes, accidentales o intencionadas.
En un primer momento patentó su invento como "pólvora explosiva Nobel", pero posteriormente le cambió el nombre por el de dinamita, tomado de la palabra griega dynamis, que significa "poder".
Lo cierto era que la dinamita multiplicaba la potencia de la pólvora y era bastante más segura que otros explosivos más potentes como la nitroglicerina. Inmediatamente se le dieron tres principales usos: la demolición, la minería y los trabajos para las líneas de ferrocarril.
El potencial de la dinamita también tentó a los arqueólogos, en una época en la que esta disciplina se movía a menudo financiada por la perspectiva de encontrar tesoros más que por la sed de conocimiento. Algunos de los descubrimientos más importantes de su época, como el hallazgo de la legendaria ciudad de Troya, fueron realizados a base de hacer explotar lo que “estorbaba”, algo que hoy consideraríamos aberrante debido a la destrucción de mucha información en el proceso.
Sin embargo, y fuera o no cierta la anécdota de su obituario, Alfred Nobel se merecía a los ojos de muchos que lo tacharan de “mercader de la muerte”, ya que en sus fábricas se fabricaban también municiones y, ciertamente, el suyo invento trajo tanto progreso como destrucción.